24 nov 2010

TRASTORNO DE IDENTIDAD DISOCIATIVO


OCCIDENTALIZACIÓN/ORIENTALIZACIÓN

El trastorno de identidad disociativo es un diagnóstico controvertido descrito en el DSM IV como la existencia de una o más identidades o personalidades en un individuo, cada una con su propio patrón de percibir y actuar con el ambiente. Al menos dos de estas personalidades deben tomar control del comportamiento del individuo de forma rutinaria, y están asociadas también con un grado de pérdida de memoria más allá de la falta de memoria normal. (wikipedia)

En el siguiente texto pretendo argumentar que la adaptación acontecida entre oriente y occidente ha conllevado un número acaso exajerado de cambios sociales aplicables a todos los ámbitos para ambas culturas, aunque mentiría si no aceptase que el caso de Oriente resulta más evidente al empezar esta adaptación muchos años antes de que comenzase la inversa. En mi opinión se produce un choque que encaja, a nivel metafórico, con el transtorno de identidad disociativo. Parece que a veces olvidamos quienes somos y cuales son nuestras necesidades para adaptarnos a aquellas que son intrínsecas de la cultura opuesta, y lo mismo a aún mayor escala les pasa a ellos. Da la sensación también, como en la enfermedad mental de que acabamos olvidando ciertos aspectos de nosotros mismos.

Si bien en mi opinión esto ha ido, sobre todo en el caso de los orientales, a un nivel excesivo, no creo por otro lado que la hibridación a cierta escala de ambas culturas sea algo negativo. Lo desconocido, lejano, exótico… siempre resulta atractivo y tentador y por tanto me resulta más que comprensible que estos cambios hayan tenido lugar.

Pretendo exponer en este artículo como de la adaptación puramente cultural se va pasando inevitablemente a una que afecta en gran manera al mundo del diseño, versionamos objetos orientales del mismo modo que ellos versionan otros occidentales. Y esto, en según que casos puede llevar a situaciones que, cuanto menos, merecen ser meditadas.

El elogio de la sombra es un breve libro que describe cómo la estética occidental ha ido infiltrándose en Oriente en general y en Japón en concreto, anulando muchos de los rasgos esenciales de la original para su propia adaptación. Habla de cómo las dos culturas avanzaron en un principio por caminos separados, idóneos cada uno para las necesidades de su sociedad, no solo a nivel cultural sino también fisiológico; y cuan inoportuno es por tanto para losjaponeses la actual (entendiendo que el libro se escribió en los años 30’) occidentalización.

Tanizaki comenta que entiende que el hecho de que la tecnología europea avanzase a una mayor velocidad que la japonesa, china… hizo que estos se viesen prácticamente obligados a adoptar sus invenciones, tales como la cámara fotográfica, el televisor, etc. De no haber incorporado estas nuevas herramientas a sus vidas, probablemente sus ciudades hubiesen estado durante un tiempo atrasadas respecto a las occidentales pero, por otro lado, hubiesen, seguramente, acabado inventando máquinas y utensilios con una funcionalidad similar, sino idéntica, pero creadas especialmente para ellos y mucho mejor asimilables, por tanto, para si mismos.

En el libro cita varios ejemplos concretos, enfocados siempre desde la idea de que la principal diferencia entre ambas culturas es que si bien la occidental aboga por la luz, y pretende que esté cuanto más presente en sus objetos y espacios mejor, los orientales se encuentran más comodos en un entorno sombrío, se sienten mucho más identificados con la oscuridad. En el caso de el televisor, argumenta que se inventó, aunque fuese en blanco y negro en un principio, para plasmar los tonos de piel occidentales, que si bien pueden no ser más claros son siempre más luminosos que los orientales; los ambientes occidentales, tambien luminosos; los objetos occidentales, sí, también luminosos.

También habla de cómo se ha ido incorporando en sus casas nuevos materiales como la porcelana blanca que reflejan la luz y la expanden exponencialmente por la habitación. Explica que esto sucede sobretodo en espacios como el baño y las cocinas. Se pretende que los objetos tengan un acabado con apariencia “lujosa” o simplemente acabados, cuando en la tradición oriental lo tipico son los lacados oscuros en los boles, por ejemplo que se adaptan mejor a sus comidas del tipo sopa de miso no solo por color sino tambien por textura y material. Ya sabemos que los materiales del recipiente influyen en el sabor del producto.

Cuesta creer cómo siendo Japón considerado en su tradición como un espacio de sombras se han inundado sus ciudades de neones y publicidades retroiluminadas en todas las paredes hasta no dejar prácticamente un espacio oscuro. Y como si su cultura parece dominada por el silencio de los rituales, se han masificado en el volumen de coches y se han saturado de locales nocturnos que llenan el espacio de una contaminación acústica muy considerable. Si pensamos hoy en día en Japón nos encontramos obligados a elegir, entre el pueblecito que ya escasea con sus construcciones algo elevadas del suelo y sus anchos tejados que alejan la luz del interior y la macro-ciudad de luces, sonidos y tecnología. Incluso dentro de la arquitectura contemporánea, que en nada se parece a la tradicional, (del mismo modo en que la nuestra no se asemeja a las antiguas construcciones góticas), encontramos arquitectos que se decantan por la luz y otros que pese a adoptar nuevas formas siguen abrazando la sombra y un uso controlado y racionalizado de la luz, que no impregna el espacio sino que aporta un significado concreto. Es un ejemplo del primer caso Toyo Ito y del segundo caso Tadao Ando.














Otro ámbito en el que se produce una transformación, cuanto menos, singular es el de la moda, podemos ver como las propias marcas occidentales crean colecciones que venden exclusivamente en Oriente y en las que con los mismos elementos la diferencia radica en el exceso y la superposición. De esta manera lo occidental se orientaliza para que los orientales se puedan occidentalizar sin perder del todo su seña de identidad. No es raro ver fotografías de street-style chino o japonés en el que los protagonistas apuestan por un elemento estilístico que esté de moda de forma internacional, como en su día pudieron ser las tachuelas y opten no por un cinturón o un bolso, o por unas senefas en sus chaquetas, sino por un recubrimiento total y absoluto de sus pantalones y cazadoras de cuero.

En el caso de Occidente la transformación hacia lo oriental es mucho menos obvia, para empezar, supongo, que esto se debe a que es un proceso mucho más reciente en el que vamos sumergiéndonos en la actualidad. Esto no significa que no sea existente, y que no vaya a ir a mayores en las próximas décadas. El juego de las influencias puede funcionar de un modo similar al de un yo-yo, la cuerda se alarga y se afloja y el yo-yo va de un lado a otro. Si bien en el siglo XIX la economía empezó a tener su centro en Occidente, en Europa en concreto, debido a la revolución industrial que consiguió desbancar a Oriente, en la actualidad la emergencia de Asia y la inclinación del mundo hacia Oriente evoca la situación que había antes de la dominación europea, cuando China y la India concentraban lo esencial de la producción manufacturera.

Hace unas décadas que Asia ha entrado en una dinámica de desarrollo regional que tienen como clave las políticas de Estado mercantilistas, dirigidas a una industrialización lograda a través de exportaciones y a una integración gradual y controlada en la economía capitalista. Este cambio profundo hace que Asia vuelva al centro del sistema económico y financiero mundial. Entonces si bien hoy, a comienzos del siglo XIX tenemos el centro en Occidente, más entrados en el siglo que vivimos la economía tendrá múltiples centros. El gran desafío, dice Janet L. Abu-Lughod, es conseguir una transición pacífica de un sistema a otro. Pero aunque todo transcurra sin tensiones importantes está claro que el que tiene la hegemonía económica ostenta el poder, y que éste inevitablemente influenciará a los otros. Esto nos habla, probablemente, de porqué en los últimos años la cultura oriental se ha adentrado a una velocidad mucho mayor en nuestras vidas y en nuestra cultura. Si hablamos con nuestros abuelos nos contarán que lo que hoy podemos dar por obvio en otros tiempos no lo fue tanto en absoluto.

Un ejemplo que podemos ver en las calles es el de los restaurantes japoneses, si bien en nuestras ciudades ya abundaban los de procedencia china, es en la última década, o incluso, apurando, en el último lustro, el momento en que se están abriendo japoneses en cada esquina. Esto habla más de lo que parece de nuestra transformación, a mi modo de ver, porque a diferencia de los restaurantes chinos en los que toda la administración y personal es de la misma procedencia que la comida, los restaurantes japoneses, que empiezan hoy en día, es muy frecuente que estén regentados por occidentales que de forma totalmente voluntaria y deliberada deciden abrazar la cultura oriental.

Otro aspecto en el que tendemos a un acercamiento inconsciente a oriente es en el ámbito más puramente cultural. Del mismo modo en el que Confucio ya no está tan de moda en la China, no lo están aquí ni la Iglesia, ni el Papa ni demás temas culturales autóctonos. Cada vez podemos encontrar en los quioscos más revistas como Mente Sana, Saber Vivir, Yoga Journal y en ellos cada vez aparecen más artículos sobre modos de vida orientales. Yoga, meditación e incluso medicina tradicional china y acupuntura. En las librerías por otro lado cada vez aparecen más libros sobre zen, budismo y feng-shui, es curioso que nuestro autor espiritual más vendido sea Osho y que cada vez más de nosotros, estando estresados o acartonados, acudamos sin dudarlo a las técnicas orientales, el yoga, tai-chi. Es curioso que metodologías de relajación tales como el yoga, que aquí practicamos en casi todas sus versiones para liberar tensiones, a modo de “cura”, se crearan en unos espacios en los que estas tensiones, originalmente, eran inexistentes, ellos lo crearon más bien como una técnica preventiva. Sabiendo que en lo que nosotros les hemos influido a ellos ha ayudado a que lleven un ritmo de vida más frenético y estresante se podría decir que somos exportadores de nervios e importadores de calma.

Del mismo modo que en los adultos, la infancia que ya nosotros hemos vivido ha estado plagada de elementos orientales que seguro irán aumentando con los años. Al llegar del colegio encendíamos el televisor y ¿qué encontrábamos? Series manga como Doraemon, Drago Ball, Oliver y Benji, Heidi, Naruto, Sailor Moon… Si no nos apetecía ver la tele jugábamos a Pokemon en nuestra consola Nintendo (ambas cosas de origen oriental), y por último, si no queríamos quedarnos en casa quietos es muy probable que estuviésemos en algún extraescolar deportivo, que si bien podía ser baile, básquet… también en muchos casos era algún arte marcial como tae-kuon-do o karate.

Personalmente creo, que en nuestro caso la transformación o adaptación no ha llegado a un punto en el que pueda considerarse problemática, quien sabe si en un futuro pueda llegar a serlo. Hemos importado comida, entretenimiento y pensamiento, pero por el momento hemos sabido emplearlo para mejorar lo que ya tenemos, en vez de para anularlo. En el caso oriental leyendo las palabras de Tanizaqui que tenía aún menos ejemplos de los que podría encontrar hoy, entendemos que sí se ha llevado a un extremo en el que las cosas pierden su sentido. Y si bien a nivel cultural me da la sensación de que les hemos podido aportar cosas positivas como el cambio de mentalidad sobre el papel de la mujer y como una búsqueda mayor de la higiene (viene implícita en el aporte de luz, si hay más luz la suciedad queda a la vista y por tanto es necesario eliminarla). También les hemos aportado consecuencias negativas como el estrés y la contaminación lumínica y sonora de las calles.

Para acabar creo tener que puntualizar que a diferencia de el continente europeo que es, dentro de lo que cabe, bastante uniforme en cuanto a cultura se refiere, en Asia conviven infinidad de culturas y de modus vivendi, no tiene nada que ver la China con Japón, y muchísimo menos estos con la India o la parte asiática de Rusia. Inevitablemente en este texto me he visto obligada a generalizar y a elegir qué rasgos orientales destacar, en general cuando hablo de Oriente se podría decir que hablo de China y Japón. Un artículo sobre como se han ido influyendo las diferentes culturas orientales entre si me parecería muy interesante pero, por desgracia, actualmente no tengo los conocimientos como para llevarlo a cabo.

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